martes, 14 de julio de 2009

Comentarios sobre ”Hegemonía y Estrategia Socialista”, de Laclau y Mouffe.

Para quienes, como yo, reivindicamos la actualidad del marxismo, resulta un tanto abrumador encontrarnos con que, en el lapso de un par de décadas, se ha volcado sobre el pensamiento un caudal tan enorme de cuestionamientos, un viraje tan grande, que incluso el diálogo resulta difícil.
No han cambiado solo las ideas. Ha cambiado el léxico, de modo que quien habla usando categorías marxistas casi no puede entenderse con quien lo hace mediante conceptos del estructuralismo y la linguística, que son hoy predominantes.

A propósito de lo anterior –y para entrar en el tema del libro que nos ocupa– dicen Laclau y Mouffe que... “aquellas lógicas relacionales que fueran originariamente analizadas en el campo de lo lingüístico (en el sentido restringido), tienen un área de pertinencia mucho más amplia que se confunde, de hecho, con el campo de los social (op.cit., p.4).
Lo que ha venido sucediendo es que un modelo o esquema de pensamiento, surgido de la lingüística, ha tenido un efecto expansivo asombroso, al punto de introducirse y dominar (hegemonizar, dirían muchos) el horizonte actual de la filosofía, la sociología, la política, la antropología, la psicología, el periodismo, la crítica literaria, etc.
Cabe preguntarse: ¿es lícito esto?. Para quienes pensamos que, para entender los fenómenos sociales e históricos, debe partirse del análisis de la economía (las relaciones de producción, al decir de Marx), por ejemplo, ¿no representa este aluvión de la semiótica, la lingüística y el estructuralismo, una mutilación?
¿Dónde quedó el factor económico? ¿Cómo así se ha llegado al punto de negligir lo que antes era fundamental?

Trataremos de seguir un poco la pista del pensamiento para encontrar cómo se ha llegado a esto.
Para Laclau y Mouffe, “el hilo de Ariadna que preside la subversión de las categorías del marxismo clásico es la generalización de los fenómenos del ’desarrollo desigual y combinado‘(p. 5). Ello supone para los autores, la crisis de la categoría de ”sujeto”. Los actores sociales son vistos ahora como ”sujetos descentrados”... ”fragmentos dislocados y dispersos” (p. 4 y 5).
La realidad del capitalismo avanzado, dicen, nos obliga a deconstruir la noción de ”clase social”. Ya no es la clase, sino que son distintas formas de subordinación –de clase, de sexo, de raza, ecológicas, antinucleares, etc., las que deben ”articular sus luchas” para lograr un objetivo (que, por cierto, ya no es el socialismo sino la “radicalización de la democracia”). Hay que abandonar, entonces, la posición iluminista de creer en clases predestinadas, para entender la multiplicidad y diversidad de las luchas contemporáneas.
¿Qué tan cierto es que las clases ya no juegan el papel determinante?
Por otra parte, ¿es verdad que el marxismo no entiende o menosprecia la multiplicidad de conflictos étnicos, sexuales, ambientales, ni tampoco la diversidad de sectores sociales que luchan contra la opresión (hoy llamada, más asépticamente, ”subordinación”)?
Responderemos a estas preguntas próximamente.

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